Hace ahora 25 años, yo viví en centroeuropa el terrible accidente nuclear de Chernobil. Cuando llegó la nube radiactiva yo era estudiante en Alemania, y las primeras lluvias radiactivas de isótopos como Yodo 131 y Cesio 137 me cogieron en territorio de la antigua Alemania oriental. Debido a la radiactividad, tuve que refugiarme en un sótano varios días y alimentarme de conservas; nunca olvidare la amenaza de aquellos días de Abril y Mayo de 1986. Allí tuve mi viaje a Damasco, me convertí de Saulo el político en Paulo el ecologista.
Luego cuando volví a España en Mayo huyendo de la radiactividad, me di cuenta por los informes del CSN que había habido un impacto respetable también en nuestro país. A través de Integral publicamos todos los informes que nunca llegaron al gran publico y se demostró por ejemplo que en provincias como Girona y Valencia el impacto sobre alimentos de la lluvia radiactiva había sido considerable, incluso alguna vez sobrepasaba los 150 bequerelios por kilo en acelgas y espinacas .
Chernobil nos enseño tres grandes lecciones: La primera que un LOCA, es decir el máximo accidente nuclear posible en una central, no era estadísticamente imposible (se afirmaba que era más probable el choque de un meteorito gigante contra la tierra que un accidente nuclear) sino que se había convertido en realidad.
La segunda que en un LOCA, o sea fundiéndose el núcleo del reactor y escapándose isótopos al exterior, la radiactividad no sólo era local, sino que podía llegar a miles de km. de distancia con peligrosidad. Y la tercera lección nos advirtió que tanto los estados, los políticos y los medios de comunicación convencionales, suelen ocultar o minimizar la información a sus ciudadanos.
Un cuarto de siglo después no hemos aprendido las lecciones. Fukushima ha vuelto a mostrar la vigencia de estos tres postulados. En Fukushima ha sucedido de nuevo un LOCA ,es decir el núcleo del segundo reactor se ha fundido y los isótopos han llegado al exterior. También la radiactividad está llegando a países situados a cientos de km. de distancia. Y finalmente la chapucera compañía Tepco y el gobierno japonés están ocultando datos, como por ejemplo que a 40 km. de Fukushima los vegetales muestran valores de hasta ¡82.000 ¡ bequerelios por kg. cuando el limite máximo tolerable es de 350 bequerelios.
Una de las grandes excusas que se nos dijo después de Chernobil, consistió en afirmar que un accidente de este calibre jamás volvería a repetirse, porque era debido a un error humano, y que era producto de la atrasada tecnología de la antigua Unión Soviética. Un cuarto de siglo después en Fukushima lo sucedido ha sido provocado por un desastre natural combinado entre terremoto y tsunami, no hay errores humanos y además ha tenido lugar en uno de los países industriales más avanzados.
Pero Fukushima muestra asimismo a nivel cultural y espiritual otras lecciones. Fue JW. Goethe quien en su obra FAUSTO definió con precisión el carácter de nuestra cultura occidental. Somos una civilización que para lograr una vida de consumo al máximo y un desenfreno energético sólo tiene una alternativa: hacer un pacto con un poder de amenazantes dimensiones; un poder que al cabo de un tiempo vendrá a pedir nuestro tributo en almas. Aceptar la energía nuclear con sus alforjas de peligro y terror, significa someternos a los dictados de Mefistófeles, vivir irreflexivamente en una aparente eterna juventud, para despertarnos bruscamente en brazos de la desdicha. Como intuyó Goethe, la cultura Occidental constituye una cultura fáustica, que acepta tecnologías como la manipulación genética, lo nuclear, la tecnomedicina o las energías fósiles; que luego inexorablemente retornan para cobrarse sus dividendos.
También es posible que el paradigma científico actual del que tanto nos envanecemos y su retoño: la tecnología, tenga algo que ver en el accidente de Fukushima. No es cierto, que la técnica sea neutral y que el problema resida en su uso social. La energía nuclear desmiente esta afirmación. Esta tecnología en todas sus circunstancias, sea en medicina, en generación de energía o en su uso militar, muestra en origen una potencialidad de amenaza y peligro que nos indica que su explotación hace más de medio siglo fue un error y que hay que abandonarla. La física nuclear en el siglo XX culmino la aventura de descifrar el microcosmos, y la ciencia se topó con unos extraños límites naturales, con la última frontera: el átomo. La advertencia de la naturaleza consistió en mostrar que esos limites no debían ser traspasados, porque se generaba el colosal e invisible dragón de la radiactividad , mortal para los seres vivos. Lamentablemente los límites fueron dinamitados, las advertencias relegadas, y la nueva era abrió una insospechada caja de Pandora de la que han ido brotando Harrisburg, Chernobil y finalmente Fukushima.
Kenzaburo Oe, el premio Nobel japonés, dijo una vez que el desarrollo del programa nuclear en Japón con una cincuentena de reactores, significaba una traición a las victimas de Hiroshima y Nagasaki. Y ciertamente , en los años sesenta del siglo XX en plena orgía nuclear , los únicos que se opusieron en Japón a esta tecnología, fueron los artistas: pintores músicos y sobre todo cineastas crearon el mito de Godzilla, como último intento de mostrar a la sociedad nipona lo que les esperaba. Godzilla era un monstruo antediluviano, que emergía de las aguas debido a pruebas nucleares en el Pacifico, y cuya radiactividad era tan alta, que su aliento emitía miles de bequerelios. Cuando hoy he sabido que el reactor 3 de Fukushima I contaminaba varias millas mar adentro las costas japonesas del norte con Plutonio,-isótopo que permanece radiactivo durante miles de años-, ya ni siquiera he excluido la transformación del mito en realidad, el retorno desde las profundidades marinas del execrable Godzilla.
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